Como os comentaba el otro día, he estado en Lisboa y, aunque teníamos pocos días, nos parecía un pecado pasar por Extremadura y no hacer una pequeña parada en Mérida.

Mérida pese a ser la capital y núcleo institucional de Extremadura y contar con una creciente actividad industrial, es ante todo una ciudad centrada en el turismo (no en vano es la referencia turística de Extremadura en todo el mundo) debido a su importante conjunto arqueológico y monumental, por el que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1993.

Y la verdad es que ha sabido conservar su pasado romano como capital de la provincia romana de Lusitania e integrarlo en el paisaje de la ciudad, consiguiendo que la monumentalidad aparezca en cualquier esquina. Os dejo algunas fotos para que os hagáis una idea.

Un detalle inteligente en la política turistica y de conservación del patrimonio (inteligente para la ciudad, no tanto para el visitante). Es que de los emplazamientos históricos han conservado las elementos arquitectónicos pero retirando los elementos artísticos para reunirlos todos ellos en un edificio construido a tal efecto, el Museo Nacional Románo de Mérida. Y digo inteligente porque con la excusa de la mejor conservación y puesta en valor expositiva (lo que es cierto), consiguen también crear un nuevo foco de interés para el visitante (y un nuevo sitio donde cobrar entrada, además).

El museo, inaugurado en 1986, es obra del aquitecto Rafael Moneo. Y llegados a este punto me gustaría hacer un inciso para defender la figura de este arquitecto. Moneo es un arquitecto reconocido internacionalmente (Premio Nacional de Arquitectura, entre otros muchos reconocimientos), que no voy a descubrir yo a nadie. Pero es cierto que entre el gran público se le acusa en muchas ocasiones de la falta de belleza de sus edificios (la ampliación del Ayuntamiento en Murcia, es un buen ejemplo). Pues bien, la misión principal de un edificio es, ante todo, servir a la funcionalidad para la que se ha diseñado y en este aspecto, el trabajo de este arquitecto es espectacular.

Si bien edificios como el Guggenhein que, aunque se ha convertido en un icono indiscutible de la ciudad de Bilbao, no favorece para nada el uso para el que fue construido y como espacio expositivo llega a ser nefasto en algunos aspectos, el Teatro Romano de Mérida es un marco difícil de superar para obra que contiene.

Bajo una aparente simplicidad, se encuentra una compleja concepción arquitectónica llena de sutiles matices. La sencillez de las fachadas de ladrillo permiten resaltar la obra allí expuesta sin distraer la atención del visitante, la disposición de las salas (separadas a base de columnas y arcos sin grandes muros) consigue dividir el espacio sin perder la visión del conjunto y especial mención merece la solución conseguida para la exposición de los murales. Gracias a que el suelo de las distitas plantas no está conectado con las paredes, se consigue crear enormes espacios para albergar los murales que pueden ser disfrutados con detalle mientras se asciende de planta en planta.

En lo personal, esta visita sirvió para escoger mi objetivo personal de la próxima década. Si entre los 10 y 20 años mi objetivo de mejora personal estuvo centrado de una forma u otra en mi tartamudez y la veintena sirvió para transformar aquellos aspectos de mi personalidad que no me gustaban, la treintena va a ser el período en que me voy a enfrentar a mis miedos, y en ello estoy…